La camiseta se modifica, se vende y todos tan contentos. Todos no. Yo no estoy de acuerdo. Aquel que admira o quiera algo, que lo admita tal como es, que no trate de cambiarlo, porque si lo consigue, entonces no será lo mismo. Será otra cosa.
Los extremos a los que estamos llegando son insostenibles. Se ha llegado a plantear en la FIFA que los jugadores no se puedan santiguar o apuntar al cielo en una celebración de un gol. A mi no me molesta que lo hagan, allá cada cual con su forma de ser mientras no impida a los demás lo mismo. He visto muchas veces a Diarra, Kanoute y otros jugadores musulmanes confesos, rezar con las palmas extendidas hacia arriba y mirando al cielo segundos antes de que empiece un encuentro. Jamás se me ha ocurrido criticar tal cosa. Me parece que es un hecho tan íntimo y personal -aunque de expresión pública- que no cabe juzgarlo. Pero a veces, se pasan.
¿En qué quedamos?
Siguiendo por estos derroteros absurdos, las listas de actos prohibidos podrían sucederse hasta el aburrimiento. Pero todo es relativo. Cuando una occidental viaja a un país árabe acata las cosumbres del lugar y si es mujer, se cubre la cabeza con el dichoso pañuelo. Si ustedes vienen aquí, las reglas son otras y no deberían siquiera intentar cambiarlas. Se aceptan o no se aceptan. Se quedan o se van. Aquí prima la libertad del individuo y no caben las imposiciones unilaterales.
El problema está en que algunos no saben convivir con otras culturas y nosotros no sabemos defender nuestra identidad. O mejor dicho no sabemos defender la libertad de las múltiples y diversas identidades que conforman una sociedad avanzada como es la occidental. Nos dejamos influir por prejuicios de otras sociedades que viven instaladas en el medievo, conducidas por protectores de la moral -su moral-, la más férrea que pueda existir. Sociedades donde la mujer no vale más que un objeto no pueden condicionar la vida -aunque sea en pequeños detalles- de pueblos que han dejado atrás esas mentalidades retrógradas. Ven templarios porque el rencor hace que jamás pasen páginas en la historia desde entonces.
Debemos poner coto, freno o directamente enfrentarnos a esta nueva oleada de ataques a nuestra libertad y a nuestra cultura, porque sin ella no tendríamos identidad. No debemos gustar a todos, debemos ser nostros mismos porque así lo queremos. Si gustamos a los demás, mejor. Pero lo que jamás debemos hacer es cambiar para dar el gusto.