domingo, 19 de octubre de 2008

Strangers in the Night

La calle estaba mojada. La humedad se notaba cada vez más y las farolas resplandecían con una luz amarillenta que embargaba todo el ambiente, dándole una calidez cromática que distaba mucho de la temperatura real. Aún era de noche pero pronto empezaría a amanecer. Tal vez fuera así, pero en aquel mismo instante parecía que todo se hubiera detenido y que el reloj nunca marcaría un segundo más. La ciudad los acogía en sus decimonónicas y desiertas avenidas. Parecían un decorado irreal hecho sólo para ellos: se sentían las dos únicas personas que existían en el mundo, caminando abrazados para resguardarse del frío y sobre todo para sentirse más cerca aún del otro.



El silencio de la noche sólo era interrumpido por el leve taconeo de sus botas, que resonaba en el eco de la más absoluta soledad. Caminaban con paso lento, sobre unas aceras parcialmente cubiertas por las hojas caídas y por aquellas que, de vez en cuando, se iban posando con aleatoria delicadeza. Se desprendían del tallo y el mismo viento las hacía planear hasta tomar contacto con el suelo. Los árboles abrigaban ambos lados del paseo. Soplaba el aire agitando decenas de inmensas ramas, produciendo de forma orquestada, ese ruido tan característico del otoño. Se colaba jugueteando por cualquier recoveco, silbando la melodía del cambio de estación.



Una de esas frías brisas les hizo sobrecoger de nuevo. En ese instante, mientras él la abrazaba con firmeza protectora, ella, se conmovió, le miró refugiándose y sonrió: esa era la sonrisa que él quisiera ver siempre en su rostro. Fue entonces cuando se prometió a si mismo encontrarla todos los días de su vida.

No había prisa. Ni existían los problemas. Ningún condicionante que ocupara sus mentes. Nada era más importante que estar juntos por aquellas largas calles. Se detuvieron un instante, como el tiempo, y fijando su mirada en sus vivos ojos nuevamente, él le dijo:


"No me canso de mirarte cuando sonríes. ¿Sabes que eres lo que más quiero en este mundo?”

“Sí”, contestó ella, “lo sé porque tú me lo dices siempre”. Y volvió a sonreír una vez más.


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