jueves, 8 de enero de 2009

Sintética luz de madrugada


Qué suene mientras lee.

Los juegos luminosos de la discoteca rotaban y deslumbraban mi mirada. Desorientado te buscaba sin esperanza, en mitad de la pista completamente rodeado de gente y sintiéndome muy sólo sin ti. Algunas miradas se cruzaban con la mía pero rápidamente seguía mi inútil búsqueda. En mi mano la última copa que me había prometido tomar aquella noche y en la otra la tentación de llamarte. Nada. No había mensajes ni llamadas perdidas. Allí estaba, paralizado como un elemento meramente decorativo. Testigo mudo de una noche loca, en medio del éxtasis colectivo de cuerpos que exhibían diversas intenciones. Ansias de fiesta, compañía o tal vez sólo vanidad.


La luz, la música y el alcohol contribuían a mi sensación de trance y confusión. Completamente ido, bebía por rutina hasta que levanté mis ojos y en una imagen algo difusa te ví aparecer en el otro extremo del local mirándome, sonriendo. Verte fue como recibir una descarga eléctrica. Nos separaban unos metros de muchedumbre que nos rodeaba como un mar de gestos, que no paraba de moverse e intercalarse entre nuestras miradas, ocultándonos por momentos. Angustiándome por perderte, alzaba mi postura a cada paso, confiado en que de alguna forma sabía que venías hacia mí y yo iba hacia ti.

Frente a frente no hacía falta ni una sola palabra. Me miraste a los ojos y yo, como no podía ser de otra forma, te correspondí en silencio. La música era ensordecedora.


- Hola, ¿Qué tal?

- Hola… creí que no te vería hoy

- ¿De verdad?

- Si, y no sabes cuanto deseaba verte

- Pues ya estoy aquí

- Sí, eso está bien. ¿Quieres tomar algo?



Bebiste dos cortos tragos de mi copa y comenzamos a sentir la música, moviéndonos suavemente sin perder la fijeza en nuestras miradas. Cada vez bailamos más cerca, riendonos del subidón, estando tan juntos el uno del otro como hubiésemos soñado estar toda la vida. El deseo se apoderaba de ambos e hizo que la rendición del respeto acabara en un beso con los ojos cerrados, sintiendo sólo nuestros labios, completamente aislados del estridente y agitado mundo que nos rodeaba. Estábamos fundidos en una interminable aleación de placenteras sensaciones que ya sólo controlaba la pasión. Atrás quedaron la soledad, la tristeza y todas las horas de noche inútiles sin ti.

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