lunes, 16 de noviembre de 2009

El muro de Berlín. La caída del miedo.

Conrad Schumann. El primer desertor de la RDA. AQUÍ

Este año celebramos los 20 años de la caida del Muro de Berlín. En la multitud de actos que se han producido, también se ha querido sumar al homenaje la Fundación Príncipe de Asturias, premiando simbólicamente a los alcaldes que desde entonces y a lo largo de estos años hasta nuestro días, han ocupado la institución que rige a la ciudad teutona.

La capital alemana ha sido un campo de batalla, castigada por las sucesivas -y atroces- guerras y aún a día de hoy faltan muchas zonas por reconstruir, pero también es símbolo del tesón del pueblo alemán. Decían que tras los bombardeos cada alemán debía llevar una piedra en sus trayectos de ida y vuelta al trabajo, agilizando el desescombro de un territorio devastado. Y así lo hacían con la fe que ese pueblo tiene en el orden, la disciplina y el trabajo silencioso -pero eficaz- hasta rehacerse nuevamente.

El muro fue construido por imperativo de la administración de la RDA, siendo un secreto de estado a instancias del Partido Socialista Unificado de Alemania. El gobierno de la RDA alegó que era un «muro de protección antifascista» cuyo objetivo era evitar las agresiones occidentales. La construcción del muro era consecuencia obligada de la política de Alemania Federal y sus socios de la OTAN. Adicionalmente, se decía desde la Alemania Oriental que ningún muro hubiera sido necesario si Berlín Occidental no fuera una «espina en el costado de la RDA». Esta visión era compartida por los demás Estados del Pacto de Varsovia, los cuales veían la rivalidad entre ambas Alemanias como un reflejo de la rivalidad entre los dos grandes pactos militares de la época. De todos modos, las autoridades de la RDA también reconocían que entre los objetivos del muro estaba evitar la emigración masiva o fuga de cerebros.

Puerta de Brandenburgo

Tal vez la RDA estaba sobrepasada por la propia realidad que carcomía su sociedad. Se compara necesariamente con sus vecinos del Berlín occidental y veían los cambios que en uno y al otro lado del hormigón se estaban produciendo. La RFA comenzaba a brillar y la decadencia de la Alemania Oriental resultaba difícil de ocultar -y por tanto del modelo que uno y otro encarnaban-. El muro dividía y acentuaba unas diferencias insalvables, que abarcaban más que dos estilos de política, dos filosofías económicas que impregnaron por completo los estilos de vida de sus ciudadanos. Estaba separada una misma ciudad como dos placas tectónicas que partiendo de un mismo punto, se distancian poco a poco pero con un ritmo sostenido durante años, dejando una gigantesca sima entre sí.

Se ve que el poder atractivo que tenían los países del Este para seducir a científicos se estaba acabando; los cantos de sirena de una cultura como patrimonio supremo del hombre, la planificación integral de una sociedad igualitaria y el control paternalista del Estado como garantía de bienestar, pasaban a ser susurros inaudibles cuando las necesidades primarias de un pueblo emergían. Más aún cuando las noticias de familiares o amigos del lado occidental saltaban los ferreos controles militares provocando la impotencia del trasmisor -incluso un injustificado sentimiento de culpabilidad- por la tristeza y desolación de quienes peor lo pasaban. Las diferencias y el agotamiento del modelo soviético extrapolado a Alemania, se hacían patentes aumentando la angustia de la población y los gritos de libertad se traducían en silenciosas fugas -o desgraciados intentos- que siempre resultaron dramáticas independientemente de cual fuera su final.

Checkpoint Charlie

Las tropas fronterizas de Alemania del Este tenían órdenes de impedir por todos los medios la evasión de cualquiera que intentara cruzar el muro, incluido el uso de armas de fuego, aun a costa de la vida de los fugitivos.

En su estado final de construcción, a finales de la década de 1989 , las instalaciones fronterizas consistían en:
  • Un muro de hormigón de 2 a 3 m de alto.
  • Una alarma que detectaba el contacto con el suelo.
  • Una barrera de contacto de tela metálica más alta que un hombre, con un tendido de alambre de espinas y una alarma de contacto.
  • Hasta su apertura en el año 1989 hubo además, en algunas partes, recorridos con perros policía (que podían correr libremente, aunque sujetos a una guía de cuerda), barreras antivehículo y antitanque (erizo checo), cuya desmantelación costaría posteriormente miles de millones de marcos al estado.
  • Un camino (iluminado de noche) para el acceso a los puestos de guardia y la circulación de las columnas militares.
  • Torres de vigilancia (302 en 1989) equipadas con proyectores de búsqueda, que vigilaban los puestos fronterizos de día, y con un refuerzo de soldados durante la noche.
  • Pistas de control, siempre escarificadas, que servían para recoger las huellas de los fugitivos, y que no debían ser pisadas por los soldados.
  • Barreras de separación suplementarias, que superaban la altura de un hombre, y a través de las cuales se podía ver en oblicuo.
  • El Muro propiamente dicho, de 3,75 m de altura, con un lado en Berlín Occidental.
  • Algunos metros de territorio pertenecientes a la RDA.
Los detalles de las instalaciones, diseñadas por las tropas fronterizas como zonas de acción, estaban bajo secreto militar y eran, por tanto, desconocidas por los ciudadanos de la RDA. Las tropas fronterizas debían guardar silencio. Como nunca sabían si se encontraban con un agente de la Stasi, siempre guardaban silencio. Cualquiera que se interesaba por las instalaciones fronterizas se arriesgaba, al menos, a ser arrestado y enviado a los puestos de policía para un control de identidad. El resultado podía ser una condena en prisión por planificación de evasión. Estaba prohibido visitar la zona inmediatamente anterior a la frontera sin una autorización especial.

Los berlineses acudieron a derribar el miedo.

Con la caida del muro, Alemania fue cicatrizando una herida que jamás debió producirse. El reparto de Berlín por parte de las potencias ganadoras de la Guerra, omitió las necesidades de una población civil que también había sufrido los encarnizados bombardeos del final del Reich, tratándola en ocasiones como simples figurantes sobre un pastel que se repartió con trazo grueso sobre un mapa polvoriento y que representaba una ciudad en ruinas. El muro de la vergüenza cayó y Europa también agradeció su caída. Sería imposible -o muy diferente- contemplar el proyecto integrador europeo que hoy vemos en marcha sin ese hito histórico. El motor de Europa es alemán y ahora empuja más fuerte que nunca para sacarnos, a todos, de la crisis.

Puede que el derribo del muro signifique el fracaso más estrepitoso del comunismo, de su economía, del modelo social que predica. Todos los que querían saltar el muro, no por casualidad, lo hacían en el mismo sentido. Una sociedad encorsetada en la programación, desprovista de personalidad y pensamiento diferenciado, aún plena de bienestar, siempre anhelará el valor que tras la vida es más importante: la libertad individual.

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