miércoles, 9 de septiembre de 2009

¿Mascotas? No, gracias!


Dice mi tía que los que no quieren a los animales son malas personas. Pues lo soy, soy mala persona. No me gustan los animales, ni de compañía ni como "compañero de trabajo" en una granja. Tal vez sea demasiado de ciudad y eso se nota. Los zoos son un cautiverio público permitido por los hombres para mostrar a gente como yo, de mente asfaltada, las distintas especies que existen más allá de los confines de la civilización urbana. Se me hace imposible la idea de juntar tanto bicho en tan poco espacio. No quiero imaginarme el papelón de Noé en aquellos lluviosos días a bordo de una patera gigante repleta de pelos, picos y patas.

Ni siquiera me gustan los deportes en los que median los animales. Me aburre soberanamente la hípica, el polo, las peleas de gallos, las carreras de galgos y los trineos de perros. Salvo los tiros de renos de Papá Noel, no le encuentro más sentido que un vestigio histórico. Ya se que desde los inicios más primitivos el hombre ha estado en contacto con el reino animal. Todas las grandes civilizaciones han convivido con los animales en diferentes intensidades, desde la armonía, en relación de necesidad o incluso profesando culto a determinadas especies. Puede que seamos los más animales de todos a juzgar por algunos ejemplos que incluso salen por televisión u ostentan cargos políticos, pero quiero pensar que aún podemos marcar las diferencias.

Sin duda alguna la animadversión que profeso por los otros habitantes de la Tierra es directamente proporcional a su cercanía. Insectos, reptiles y demás bicharracos inclasificables por su desagradable apariencia (siempre en mi opinión) ocupan el primer lugar de las fobias. Aunque sean especies extinguidas, como los dinosaurios, que tanta fascinación levantan entre los niños. Esto también se lo debemos al mago del marketing cinematográfico Steven Spielberg. No sabe casi nada el muy judío (en términos económicos, no raciales) de dónde está la pasta y como sacarla del bolsillo ajeno con fervor. Hace unos años hubo una autentica fiebre por aquellas desproporcionadas bestias cuyos efectos aún colean. Excitación que corrió entre niños y no tan niños. En el Principado existe un Museo del Jurásico pagado por todos los asturianos porque a un iluminado se le ocurrió que era rentable aprovechar el tirón.


Siguiendo a estas colosales especies, pongo a los que en nuestros días son también de grandes dimensiones, por peligrosos e inútiles para la condición humana directa. Un elefante es algo inexplicable para la convivencia. Un hipopótamo, una ballena y una orca, son otro ejemplo de que podemos pasar toda una vida sin verlos y seguir igual de felices o infelices. Si, ya se que el ecosistema necesita de todos ellos para subsistir, pero yo hablo de mantener una relación "afectiva", no de aprovechamientos naturales.

Pero tampoco soy partidario de los clásicos perros y gatos. Reconozco su labor doméstica en trabajos y compañía, (con las personas mayores son fantásticos los resultados que dan con su sola presencia, traducida tanto en alegría para sus dueños, como en el hecho de suscitar de nuevo una sensación perdida por el abandono de sus tareas cotidianas y/o la falta de cariño, cubriendo con gratitud ese vacío). Algunos destacan en rescates, seguridad, labor de policía etc, pero no me gusta la idea de tenerlos bajo el mismo techo. Dejo aparte la responsabilidad que conlleva tener una mascota, porque eso daría para mucho viendo las atrocidades que se hacen cuando no hay ni sentido ni sensibilidad.

Como todo en esta vida, bicholandia también se mueve por la pela. Detrás de todo esta parafernalia existe un mercado que mueve muchos millones al año como para dejarlo caer. Entre caprichos, manutenciones y sanidad del especimen al cabo de un tiempo te das cuenta que es otra renta más a añadir. Pero ya es demasiado tarde, esto durará hasta que la muerte os separe, salvo que el dueño no tenga corazón, y si lo tiene, que sea de hechura más animal que el propio de la mascota o de textura más dura y fría que la de un euro.

Lo que ya no paso es la imbecilidad con la que algunos exhiben sus mascotas. Llevarlas en bolsos, como un complemento más, adoptar un cerdo enano vietnamita, teñirles el pelo, ponerles moñitos, llevarlos a baño y masaje, hacerles o comprarles ropa y mariconadas del estilo, me parecen más que una excentricidad una gilipollez humana. No lo digo por el desconcierto que pueden provocar en los pobres animales, si no porque es ese snobismo el que hace que todo parezca desprovisto de racionalidad. Que alguien me diga qué demonios hace un Husky Siberiano, (voy a repetir, SIBERIANO) en Sevilla, por mucho que guste el animal. Tiene que pasarlo canutas en agosto si es que no le da un infarto. Deslocalizar a un animal me parece una forma de maltrato.


No me gustan los bichos. Y además me dan un poco de asco. Bastante, para qué andar con rodeos: La culpa la tienen los dueños de mascotas. No me comprenden porque son capaces de compartir un helado a medias con su perro, permitirles comer algo de su plato, acariciarles los pelos de todo su lanudo cuerpo y luego darte la mano, darse piquitos en el mucoso hocico, dejarse lamer la cara por una lengua (que a saber que lamió 5 minutos antes) kilométrica y recoger en bolsas sus pastelitos recien horneados en el mejor de los casos en los que la educación impere. El tacto del improvisado profiláctico manual, patrocinado generalmente por una gran superficie, tiene que ser algo divino. Por último, no me creo que sea muy saludable tener un transporte de parásitos y enfermedades en casa y menos si se tienen niños.

Todo ello no quiere decir que no admire la belleza de parte del reino animal. Son muchos los animales que estéticamente me parecen magníficos ejemplares. Pero no soporto su parte menos romántica y hacen inclinar la balanza. Si no soltaran pelo, olieran, hicieran sus necesidades por cualquier sitio, ni fueran una fuente de virus, tal vez tendría uno. Es decir, si los japoneses hiceran un robot de las mismas características estéticas y funcionales, tendría varias mascotas, incluso regalaría algunas a mis amigos. Pero eso es distinto, ya no serían animales, serían reproducciones de sus virtudes. Lo siento, lo sé, sí, soy mala persona, no me gustan los animales y además me gustan las corridas de toros.

2 comentarios:

R@ dijo...

¿Te gustan los toooooroooooooos?
No puedo creerlo!
No soy de mascotas,nunca tendria una a no ser que dispusiese de una finca.
Pero los toros....

Jorge dijo...

Jajajaja... No puedes creerlo? Ayns... siento defraudarte! Pero piensa que quedaría peor si dijera que me gustan los toreros, Jajaja!
Qué quieres chica, algún defecto hay que tener. ;-)

Y para encima te has tragado todo este tostón de post para llegar a esa última frase... pobreeeeecitaaa!