martes, 1 de septiembre de 2009

La soledad del éxito


Era más de media noche cuando entraba en el lujoso portal del edificio sacudiéndose el agua que aún se mantenía ingrávida en su gabardina. Mientras caminaba con paso firme la dobló y la recogió en su brazo derecho con en un elegante gesto. Sin cruzarse con nadie, subió al ascensor tan sumido en sus pensamientos que cuando se quiso dar cuenta, se habían abierto las puertas y estaba frente al pasillo que conducía a su apartamento. Aún le pitaba en los oídos alguna nota de jazz con la que hacía muy poco, se habían deleitado en su pub favorito -entre whiskeys-, la soledad y él mismo.


Introdujo la llave en la cerradura y giró la muñeca. Con gran sigilo se adentró en el recibidor sin encender ni una sola luz. Caminó despacio por el interior del inmueble que conocía perfectamente, pues había pasado tantas noches de trabajo en él, que ya se había acostumbrado a moverse a oscuras sin mirar siquiera donde pisaba. Tiró su ropa de abrigo en la butaca y de pie, se situó detrás de la mesa de su despacho. Apoyó su mano izquierda en el gélido cristal del amplio ventanal. Abarcaba todo el ancho de la habitación. Por él, resbalaban las gotas de lluvia formando una especie de cortina líquida que difuminaba los lejanos resplandores de la ciudad. La escasa y tenue luz de luna que entraba desde el exterior, daba a la estancia un contraste de claros y sombras que la teñían en una gama de grises diversos, haciéndola aún más fría y solitaria. También se reflejaba en su rostro, de barba incipiente, endureciendo de una forma notable sus rasgos.



Después de permanecer unos minutos inmóvil en aquella foto en blanco y negro, aflojó el nudo de su corbata con la otra mano. Siempre distinguido, nunca lo hubiera hecho en público. Testigo mudo desde la privilegiada atalaya que era una planta 97, aquellos destellos intermitentes y silenciosos de la ciudad parecían contar historias anónimas, de las que era fácil imaginar su argumento. Historias como la suya. Discurrían entre avenidas vacías, locales de jazz, hoteles de lujosa etiqueta y rascacielos residenciales donde las oscuras siluetas de sus inquilinos se movían yendo y viniendo constantemente de una estancia a otra. En la calle, centelleantes luces azules de coches de policía, con su sirena inaudible se diluían en la distancia. Zigzagueaban por la fluida circulación de colorido encontrado, en uno y otro sentido.



En medio de aquella postal de caótico movimiento luminoso e imperturbable silencio melancólico, apostado en la cima del éxito, sabía que lo tenía todo, pero le faltaba alguien con quien compartirlo. En ese momento, se sintió vacío, solo y con su mirada abstraída, se preguntó dónde estaría ella.

2 comentarios:

R@ dijo...

Hala, ya te ha fichado una multinacional...un besito

Jorge dijo...

A mi no me fichaaaaa... ni Florentino que tien perres pa parar un avión! Y no será por que yo no quiera! Ya podía lloverme una ofertilla de columnista, Jajaja...

Esto parece Tele5, todo publicidad... joer! Y mira que pongo estrenos!