sábado, 7 de febrero de 2009

Boston's Jazz Club

Aplausos. Acordes sueltos. Humo y un sin fin de gente que habla en voz alta pero moderada. Algunos susurros y algunas risas. Velas encima de las mesas. Cómodos sillones y un escenario que estaba a punto de iluminarse de nuevo. Por fin llegaba mi copa y la traía Cinthia, la camarera más simpática de todo el local. Era viernes y todo era perfecto; incluso el traje había pasado de ser el uniforme semanal a mi elegante carta de presentación.


Recomiendo escuchar a George Michael mientras se lee.

El solista ajustó el micro mientras se sentaba en un taburete alto. Guiñó un ojo al pianista del grupo, se giró, bebió un trago corto de agua y mientras esboza una sonrisa cómplice, miró al público. Fue comenzar a sonar la música y se hizo el silencio del respeto artístico. Era mi club favorito de jazz. No había cambiado nada en años y conservaba su estilo tan original como antiguo. El paraiso para tomarse una copa tranquila, solo o en compañia. Para mí era un refugio del que me costaba salir, pero siempre era una parada obligatoria tras días de duro trabajo, las cenas o simplemente para iniciar el fin de semana. Mis sentidos se habían habituado a escuchar aquellas melodías cálidas de voces suaves y alma negra.

Me encontraba en un espacio en el que podía guarecerme de la hostil ciudad, del stress y las inoportunas compañías. Mi paraiso particular y secreto. Nadie podía localizarme mientras estuviera allí. Al entrar por el umbral de la puerta y casi antes de bajar las escaleras, el móvil ya estaba apagado, con un movimiento automático, en una desconexión total con el mundo exterior. Pero aunque no lo estuviera, había suficiente subsuelo de diferencia con respecto a la calle como para que la cobertura de la mejor compañia telefónica rebotara en sus muros. Si a pesar de ello la indeseable llamada lograba sortear el desnivel, siempre cabía la esperanza de que se perdiera confundida entre notas del saxo y el vibrante tono no diera con su destinatario.


Estar desaparecido de aquel caótico y agresivo mundo era una forma de sentirse libre, al menos durante un tiempo determinado a mi voluntad. Sin horarios, ni obligaciones. El sabor del whisky era diferente en Boston's Jazz Club. El reloj se detenía en cada canción y sólo corría en las breves pausas que los músicos hacían entre exquisitas Jam sessions. No era infrecuente que en cada interpretación, cerrara los ojos buscando aislarme por completo. Entre la oscuridad y la tenue luz de las velas, la música fluía suavemente hasta llegar a mis oidos, llenaba mi capacidad sensorial y arrastraba a los demás sentidos, confluyendo en un gran placer. Siempre quería más.

Aquella noche no era una noche más. A pesar de no tener a nadie a mi lado, en mi mesa, no me sentía tan solo. Aún quedaba tiempo y muchas notas que escuchar.

2 comentarios:

R@ dijo...

Hola
¿Ese club existe de verdad?
Muy años 40, ¿no?
un bico, y felicidades por lo bien q escribes

Jorge dijo...

Si existe, pero sólo en mi cabeza. Me gustaría que fuera real, contemporáneo, actual pero que supiera guardar la esencia de las cosas que siempre han gustado.
Ah! Y gracias por el cumplido! Tú si que no lo haces nada mal!