jueves, 17 de diciembre de 2009

Sin moral no hay ética ni quien nos la imponga.

La moral es un conjunto de juicios relativos al bien y al mal, destinados a dirigir la conducta de los humanos. Estos juicios se concretan en normas de comportamiento que, adquiridas por cada individuo, regulan sus actos, su práctica diaria. Es un conjunto de preguntas y respuestas sobre qué debemos hacer si queremos vivir una vida humana, es a decir, una vida no con imposiciones sino con libertad y responsabilidad.

La ética, por otro lado, es una reflexión sobre la moral. La ética, como filosofía de la moral, se encuentra en un nivel diferente: se pregunta por qué consideramos válidos unos y no otros comportamientos.

Vivimos en un momento álgido de la vergüenza política, con una economía que está en la UVI y padeciendo una sociedad impunemente delictiva y moralmente sin valores. Son muchos los encausados por corrupción, malversación de fondos públicos, apropiaciones indebidas y otros dimes y diretes judiciales. De la economía para qué hablar: sólo hay que mirar las listas del paro y la cesta de la compra diaria o poner la oreja para oir que todo el mundo habla de la pela, en este caso, del Euro, de la hipoteca y de lo cara que está la vida. En cuanto a la sociedad violenta que padecemos, es un subproducto de la educación -inexistente- que el inútil plan de estudios del Gobierno ha programado para las generaciones venideras. Obtiene día tras día un rotundo suspenso cultural y social.

La educación es el pilar donde se sustenta una sociedad que quiere desarrollarse como tal, asentando conocimiento pero también ciertos valores que ahora se ha ido difuminando con un maquillaje de aparente libertad. Dicen que ahora tenemos más derechos, que somos más independientes, más libres, pero la realidad es que lejos de ser más libres, la laxitud en la exigencia académica y de respeto hacia los demás, hace que los hombres seamos más esclavos. Cuanta más ignorancia más dependencia del que sabe, del que instruye, de que manda y tiene el poder fáctico de un Estado. El mayor enemigo de los dictadores es el conocimiento y el pensamiento inquieto de quienes hacen remover conciencias para ir más allá a los que dudan y pretenden mejorar su condición.


Tener mil posibilidades al alcance de la mano, obtener las cosas sin esfuerzo y que te den todo hecho para no tener que tasar el valor de lo conseguido ni asimilar los porques sacrificados de las cosas, hace la vida más cómoda pero también más peligrosa. Así como quien se anquilosa en un sofá viendo la tele, come sin sentido o por la ansiedad -que muchas veces pretende ser una voz de auxilio para que cambiemos las rutinas-, hacen un pésimo favor para el metabolismo, el adormecimiento de las mentes y de las inquietudes de la conciencia humana, nos vuelve una sociedad poco exigente, conformista y que tarde o temprano enferma irremediablemente, porque no es su estado natural. Los síntomas de esta patología que se extiende de forma silenciosa parece que van aflorando y a poco que uno observe a su alrededor, ve que en este aspecto tampoco todo está bien.

La conductas de cada vez más menores hacia otros menores, reprobables, excesivamente violentas y monstruosas, que crecen en una progresión malévola, son el ejemplo más tangible del ritmo endiablado al que podrece nuestra sociedad. Es una destrucción lenta pero de implacable avance, a menos que tomemos decisiones que no gustan, decisiones que son impopulares pero que salvaguardan la dignidad humana.


Es llamativo como los mayores controladores de la economía, los partidos de izquierdas, son los más reacios a controlar aspectos que van más allá de lo material, aunque es sólo una pose para evitar ser comparados con lo que más critican. El férreo control que predican de los asuntos crematísticos es del que más recelan en público a la hora de regir la conducta y moral humana. Siguiendo su argumento económico, si el mercado no se sabe regular a sí mismo y debe mediar intervención por parte del Estado, ¿por qué no ha de hacerse lo mismo con los patrones de convivencia humana? La respuesta es muy sencilla: también controlan nuestro modus vivendi. O eso pretenden con sigilo.

Desde hace muchos años este papel modulador que va más allá del respeto a las leyes -la ética- y en connivencia con el Estado, lo ha llevado a cabo las distintas religiones. Todos sabemos el recelo que siempre han tenido las posturas izquierda hacia el clero, quizás proveniente de una supuesta luchas de clases -extrapolada de la economía de tiempos pasados- entre la "oprimida" sociedad laica y la "privilegiada" clerical, lucha desaparecida en nuestros días aunque sigue siendo rentabilizada por los melancólicos sin ideas y quienes dicen vivir en constante agravio -más bien es una hipersensibilidad cegadora del bienestar negado-. Sin embargo, en muchos Estados aún se preserva esta ligazón entre clero y política, unas veces van cada cual por su lado y otras se mezclan, confluyen e incluso se interfieren.


Dejando a un lado los totalitarismos islámicos que rozan el absurdo medieval y en más de las veces la ilegalidad del Derecho Natural más elemental, en las naciones que han tenido una fuerte impronta religiosa, moral o filosófica, las sociedades han crecido -al margen de la rigidez de uno u otro sistema legal vigente- con una convivencia fundamentada en el respeto y las buenas costumbres, de generosidad y solidaridad -que dista mucho del manido concepto comunista- confiriendo una identidad nacional integral bajo un único patrón legal y ético.

En plena campaña laicista, -que no aconfesional como predica nuestra Constitución-, los partidos de izquierdas nunca se han sabido manejar en estas lides porque siempre han estado más avocados a la despersonalización y la conceptualización de una sociedad como hombre-masa al que es más fácil dirigir como unidad productiva, se propusieron crear un sustitutivo de los diversos preceptos morales que son coincidentes en la mayoría de las creencias y filosofías mundiales, creando y elevando a dogmas laicos verdaderos engendros de pensamiento único a imagen y semejanza de los criterios discrecionales más convenientes a cada momento histórico. Es decir, ya no se salvaguardan los principios esenciales e inamovibles que constituyen el lecho para todas las corrientes morales del mundo, si no que se crean otras nuevas, más modernas y sobretodo, más interesadas bajo un disfraz de nueva ética.


Recalco aquí que hablo de principios morales e interpretación ética, de las obligaciones del hombre como ser, no de religiones que pueden llevar adosadas sus intereses catequísticos. Cada uno es libre, eso sí, de seguir los preceptos que más satisfagan a su paz interior, pero el hecho es que en un reduccionismo puro, todo aquello en lo que se basan las distintas confesiones religiosas, en esencia, es bueno para la convivencia en sociedad y para el hombre como individuo.

La panacea de cualquier político sería que le creyeran sin más argumentos que la fe ciega de su pueblo, basada no en la confianza sino en una alienación dirigida. Por eso regalan el cielo en cada campaña electoral sin la hipoteca de su palabra, como un dogma de fe. Pretenden escapar de la vergüenza de contradecirse acomodando las valoraciones a sus actos y no sus actos a la norma que ya estaba establecida porque la violaría. Quizás ese es el motivo por el que inventan una nueva ética que juzga nuevas e interesadas conductas morales. Mal vamos cuando los sermones lejos de ser cantados por arcángeles, los recita alguien que tiene el pecaminoso apellido de Pajín, pero mucho peor es que quien predica que debemos hacer o creer, quien dictamina donde está la línea que separa el bien del mal, en vez de ser un ministro de culto o un precepto de una corriente filosófica, es un Zapatero que no está a sus zapatos.

2 comentarios:

el de la porra dijo...

Menudo ladrillazo jorgito, jajaja

Jorge dijo...

Ya ves! Y todo para ese chiqui-comentario que haces... Estírate más, hombre, que no cobran por letra escrita! Jajaja!